PERFECTOS DE FABRICA

Para un coach, es muy frecuente encontrarse con clientes que tienen pánico al error, a ser evaluados y juzgados, que no se permiten sentir emociones o ser diferentes. Todo ello crea barreras que sólo comienzan a disolverse cuando los coachees ven que están seguros, que el coach los acepta y aprecia como son, que cree en ellos. Partiendo de ahí, el coach les invita a pensar, a ver las cosas desde otra perspectiva  y entonces se produce el “milagro” y los clientes dan pasos muy valiosos. ¿Objetivo? Ser ellos mismos.

Cada caso es un mundo, pero esas barreras suelen venir de la educación recibida, en casa y en el colegio. Hasta ahora, la manera predominante de educar conlleva una presión para que el niño se vaya ciñendo a unas expectativas. En los colegios, absorber los conocimientos que se le exigen y dar las respuestas “correctas” en los exámenes (o le cae ese implacable “Mal” escrito en rojo). En las familias, los padres no ponen notas, pero emiten juicios y comparaciones a granel. Ante este panorama, la manera de reaccionar es diversa (hacerse el rebelde, ir trampeando hasta tener edad de hacer lo que se quiere, convertirse en un pasota, compensar en otras áreas, etc.)…pero casi siempre tiene un coste elevado: sentirse no aceptado, poco “válido” y “sin sitio” en el mundo. Y luego toca buscarlo, con la ayuda de un terapeuta o de un coach.

Apoyándonos en algunos de los comportamientos que pone en juego un coach, veamos algunas posibilidades de educar (en casa y en el cole) de una forma diferente:

  • Apoyarse en las fortalezas y capacidades del niño. Todos las tienen, todos. El colegio premia las capacidades intelectivas…¿y las otras? Las emocionales, artísticas, deportivas ¿no cuentan? Un niño es fantástico siempre, y si es diferente es más enriquecedor, eso es todo. Cuando veis salir de clase a chavales de 4 años, ¿no os parecen todos estupendos? ¿A qué edad pasamos de la benevolencia aceptadora a la exigencia rigorista? ¿Qué conseguimos con ello?
  • Escuchar profundamente, conectando con sus creencias, valores, necesidades y miedos. Una persona que se siente escuchada, se siente importante para el otro. Y entonces escuchará mejor a los padres y profesores para aprender nuevas creencias, emociones y puntos de vista, que le lleven a crecer y desarrollarse respetando su esencia. Respetar es escuchar la esencia de otro y darle legitimidad.
  • Confiar en el niño y crear un ambiente seguro y de apoyo, donde aquél pueda esforzarse sabiendo que él es válido siempre, incluso si sus fortalezas y capacidades no son las “clásicas” (o precisamente por no serlo: más original).
  • Tener un estilo abierto, flexible y confiable; y usar el humor para crear liviandad y energía. En ese tipo de “ecosistema” el niño está más relajado y aprende mejor.
  • Demostrar confianza para trabajar con emociones fuertes. Las emociones abren y cierran posibilidades de acción. Desde la confianza, el optimismo o la serenidad, se logran metas inalcanzables desde el apocamiento, la tristeza, o la rabia.
  • Hacer muchas preguntas…y recibirlas. Un niño inteligente hace preguntas incisivas, desafía; no es impertinente, difícil o soberbio: simplemente piensa.

Educar es sacar lo mejor de cada niño; no meterle conocimientos (de forma aburrida) o formas de ser que le son ajenas. Educar (en familias y colegios) no es empujar para que el niño sea como otros quieren que sea; es entrenarlo para ser él mismo y conectarlo con la sabiduría, la curiosidad y el amor por el aprendizaje. Los resultados que se alcanzarían serían tan sorprendentes como los que vemos los coaches en nuestro trabajo.

¿Adonde llegaría un niño si sus padres y profesores crean un espacio seguro y de apoyo, le escuchan profundamente, creen en él, son flexibles y a la vez firmes, y le ayudan a pensar y a crecer? ¿Qué pequeño paso puedes dar tú para educar mejor a tus hijos y/o alumnos? Si hubiera “progeni-coaches” y “coach-fesores”, ¿para que necesitaríamos ir a ver a un coach más adelante en la vida? Las respuestas –y otras preguntas- las tenéis vosotros…