Mosqueteros de la Vida, no del Honor

La familia es sin duda el ecosistema más complicado para casi todos y su impacto permanece en nosotros toda la vida. Allí aprendemos muchas cosas, y una de ellas es un concepto que usamos todos y tiene no poco peligro: la “falta de respeto”. Sentirla con facilidad no aporta nada: nos lleva a una vida tensa, alerta, grave. ¿Para qué?

De pequeños nos enseñan que llegar tarde a la mesa es una falta de respeto, como lo es hacer ruido cuando otros descansan. Si lo que hacemos es levantar la voz a los mayores, gravísima falta de respeto…que por supuesto ellos no cometen cuando nos vocean a nosotros. De hecho, en esto del respeto, infractores y víctimas ven los hechos de modo distinto. Basta que uno invoque la falta de respeto para desencadenar una discusión, pues lo normal es que el acusado de haber faltado al respeto se defienda y trate de demostrar que ésa no era en absoluto su intención. Llegaba tarde a la mesa porque estaba acabando unos deberes del cole, hacían ruido porque estaban jugando, etc. ¿A qué tanto lío? ¿Para qué nos sirve usar tanto un concepto que remite a una dignidad herida? Es indudable que el respeto es imprescindible para convivir, pero colocarse fácilmente como víctima de una falta de respeto, lleva a vivir en la frustración y el enojo.

Por ejemplo, la falta reiterada de puntualidad suele suscitar el unánime diagnóstico de que el que la comete “falta al respeto” al otro. Yo soy muy puntual, y me he relacionado con amigos o novias que no lo eran en absoluto…pero no veía falta de respeto. Viendo lo que hacían, mi única conclusión es que no sabían llegar antes: por increíble que parezca, no sabían “talonar”, calcular los tiempos desde la hora de la cita hacia atrás para saber cuándo ponerse en marcha. Casi todas esas personas intentaban cambiarlo, pero no les era nada fácil encontrar la forma. Ante alguien así, yo puedo decidir hacer muchas cosas: llevarme un libro para leer mientras espero (lo hago mucho), citarle con un margen de seguridad, llegar tarde yo para no esperar, etc. Pero si decreto que hay falta de respeto, me enojo, me molesto, se enrarece la relación. ¿Tiene sentido? Para mí no, porque eso lo sufro yo. Si la persona me merece la pena, aguanto gustoso esa característica suya…como seguro que ella aguanta otras mías. Le pido un cambio si es posible, puedo incluso alejarme de ella pero ¿para qué sentirme herido?

En una situación de enfado, hay personas que no toleran que se les levante la voz, falta de respeto muy española. Pero no pocas de ellas usan la ironía, o no hablan al otro durante horas o días, aunque se lo supliquen. Para quienes sufren esto, la falta de respeto es aún peor que la primera. ¿Adónde voy con todo esto? Pues a que, una vez más, el respeto es subjetivo y su falta también. Intentar razonar los límites objetivos que convierten algo en una falta de respeto es absurdo. ¡Somos tan distintos!

La falta de respeto es un juicio mío, una creencia acerca de la intención del otro al actuar. Personalmente, yo he decidido que nadie me falta al respeto salvo que conscientemente
pretenda hacerlo. Y claro, eso es algo que no sucede casi nunca: no puedo ser tan arrogante de pensar que yo estoy siempre en el centro del actuar del otro, es obvio que el otro hace lo que le sale, actúa lo mejor que puede…como lo hago yo. A veces me puede no gustar lo que hace y puedo pedirle cambios, o incluso preferir poner distancia y no relacionarme con él si no estoy cómodo, pero andar indignado por la vida a base de ver faltas de respeto por doquier es algo que no pienso hacer: la vida es demasiado corta ¿no os parece? Prefiero poner límites desde la liviandad, en lugar de ver ofensas a mi “insigne persona”. Antaño se batían en duelo por estas cosas…

¿Qué creencia manejas tú en lo que respecta al respeto? ¿Cómo sería tu vida si en lugar de faltas de respeto ves simplemente otras formas de ver la vida, o fallos humanos sin intencionalidad? ¿Prefieres una vida liviana o grave? Vosotros tenéis las respuestas y seguro que más preguntas…

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