¿Me prestas tus ojos?

Además de otras muchas cosas, las vacaciones de verano suelen traer un par de regalos dentro. Por un lado, tiempo en familia. Pocos veranean totalmente a su aire y la mayoría pasa la totalidad o parte de las vacaciones con ella. Algunos incluso practican (por obligación o por devoción) el arriesgado suegring indoors ;-). El otro regalo es el tiempo libre –escaso el resto del año- en un momento del calendario que une el final de un curso con el comienzo de otro (muy escolar, como veis). Si sumamos ambas cosas a la perspectiva que da el cambio de escenario, quizá le veamos sentido a practicar algo que es la piedra angular del éxito en la vida: LA ESCUCHA. ¿A quién? ¿Cómo? ¿Para qué? Aquí van algunas consideraciones en dos dimensiones no por clásicas menos importantes:

La familia: La escucha es el valorador esencial de la calidad de una relación. Tanto, que cuando no nos sentimos escuchados de verdad por alguien lo traducimos emocional y lapidariamente por: “no le importo”. Es un “no me entiende”, que lleva a un demoledor “no se molesta en entenderme” (clásico del adolescente, por cierto). En un primer nivel, escuchar consiste en indagar acerca de las inquietudes y necesidades del otro. ¿Qué le lleva a decirme lo que me dice o a comportarse como se comporta? Es esencial olvidar tu lógica y lo que tú entiendes como normal; simplemente, indaga y trata de entender qué sucede dentro de esa persona. Un paso clave es buscar qué está haciendo el otro al hablarte así: ¿te está regañando porque está decepcionado? ¿te está pidiendo cariño o ayuda? ¿está asustado?… Lo que le pasa es legítimo, tanto como lo que te pasa a ti. Él es diferente, no lo compares contigo; simplemente, acéptalo. Y, como somos distintos, verifica al final que le has comprendido, resumiendo en tus palabras lo que crees que te ha explicado. Hasta que el otro te diga “eso es”, sigue indagando.

El segundo nivel es más profundo: yo no escucho de verdad si no estoy abierto a que lo que el otro diga, me cambie. Atención: esto no es un favor que le hago yo al otro; me lo hago a mí mismo. Yo veo el mundo con mis ojos, que son capaces de ver algunas cosas y no otras. La mirada del otro me ayuda, me aporta otras formas de ver. Esto lo entendemos de cine cuando estamos asustados: ahí escuchamos de maravilla, porque lo necesitamos. Si me abro a escuchar de verdad, como pidiéndole al otro que me preste sus ojos, puedo ver otros ángulos y mejorar mi forma de plantarme en la vida. Cuando el otro proviene de otra cultura esto lo hacemos muy bien, porque nos mueve la curiosidad y juzgamos menos. ¿Y si juegas a que tu pareja, tus hijos o tus padres son japoneses o lapones y les escuchas desde la curiosidad y la apertura? Sin prisas, como un niño. El objetivo no es estar de acuerdo con ellos, y menos replicar: simplemente, entender que el otro obra también desde el bien…sólo que su bien es diferente que el nuestro.

Yo mismo: La vida que llevamos está muy orientada al hacer, y poco al sentir y al ser. Quizá el verano sea un buen momento para conectar contigo mismo y escuchar con serenidad y profundidad; pasea, busca silencio y pregúntate: ¿Cómo estoy? ¿Qué siento? ¿Qué me dice eso que siento? Piensa en qué te haría sonreírle más a la vida, sin más. Ábrete a escucharte, a entenderte y a aceptar lo que sientes. Despacio,  con ternura, cuidándote. Ya pensarás luego qué se puede hacer; de momento, escúchate y espera.

La verdadera escucha nos permite entender las situaciones de verdad y además abre la puerta de la intuición, factor esencial a la hora de acertar. La decisión final es siempre nuestra, (incluyendo si queremos estar cerca de ciertas personas o preferimos alejarnos), pero será más acertada si hemos escuchado con profundidad.

¿A quién te cuesta escuchar? ¿Por qué? ¿Qué dice eso de ti? ¿Cómo sería tu vida si logras escucharles mejor? ¿Quién te gustaría que te escuchara mejor? ¿Cómo puedes tú ayudarle a que lo haga? Hablar más, menos, ir más despacio, pedirle… ¿Cómo estás? ¿Qué necesitas? Quizá puedas pedirle algo a alguien y abrir una conversación. Las respuestas –y otras preguntas- las tenéis vosotros mismos…

Deja un comentario